Las Islas
Los espacios aislados propician la aparición de endemismos, especies vegetales y animales, que por reproducirse entre sí acaban siendo diferentes de los congéneres que habitan otros lugares. En el caso de los humanos, el aislamiento crea idiosincrasias y sistemas socioeconómicos propios.
Así, las islas son pequeños mundos, maquetas o laboratorios, según se mire.
En julio de 2009 en un museo de Fuerteventura vimos el dibujo de una construcción prehispánica de la que no queda evidencia arqueológica, solo la referencia en la crónica y el rastro en la toponimia.
El ingeniero y cronista italiano Leonardo Torriani que vivió allí desde 1575 a 1580 dibujó el “efequén” y lo describió así: “una casa como templo, donde hacían congregación, la cual estaba rodeada por dos paredes, que entre sí formaban un pasillo, con dos pequeñas puertas, una fuera y la otra en medio; y allí, como en un laberinto, entraban a sacrificar leche y manteca” adorando a un desconocido “ídolo de forma humana”. Se refiere a los majos, los habitantes de Fuerteventura antes de que llegaran los hispanos.
En el museo delante del dibujo, el pensamiento viajó de una isla a otra, de Fuerteventura a Cuba, donde estuvimos en 2005, y en el camino de vuelta imaginamos “Las islas”: el efequén de Fuerteventura recreado con maíz y tabaco cubanos en Culturhaza. Dos islas en los extremos del Atlántico unidas por rutas invisibles, seguras.
En Fuerteventura la agricultura se ha concentrado en los valles más productivos, pero casi toda la isla fue un día terreno cultivado, lo atestiguan las pendientes aterrazadas. Paredes de piedra que retienen la tierra y el agua, marcas del hombre, paisaje construido a mano con y sobre la propia naturaleza. Trabajo y tiempo que hoy es abandono y silencio, y también arte, belleza que conmueve e inspira.
El cultivo de tabaco se mantiene en Cuba por que los puros se venden, legal o ilegalmente. En 2005 comenzaban a cerrar los ingenios azucareros, “el azúcar brasileño es más barato, sí, pero ¿el maíz? ¿Por qué nos prohíbe Fidel plantar maíz si aquí se obtuvieron las mejores variedades del mundo y se pueden recoger tres cosechas?” preguntaba un agrónomo en Bayamo mientras escogíamos los granos de arroz para la comida del día siguiente, con hambre, con miedo.
Tierra sin gente y gente sin tierra. Mundos atrapados en un tiempo que no parece contemporáneo. Mundos callados, sujetos pacientes a fuerza de necesidad.
Vestigios inmateriales de épocas pasadas, nombres de lugares, palabras más duras que las piedras.
A los niños les pedimos que entraran en el efequén, y una vez en el centro, que gritaran con todas sus fuerzas. Lo hicieron muy bien, quizá sabían sin saberlo que el grito es una expresión no semántica cargada de significado.
A los adultos les proponemos entrar en el efequén verde, recorrer el largo pasillo como si nos adentráramos hasta el centro de una isla, el centro en este caso sería paradójicamente lo más remoto, y allí aislados, solos, sentir la libertad y ejercerla.
En el claro hay una mesa y una silla. En el cajón de la mesa un talonario, un lápiz y una cámara de fotos. En un extremo, sobre un pedestal de adobe, una urna de barro.
Os pedimos que os acomodéis, que os sintáis lejos de todo y de todos, que saboreéis la situación a pleno sol y atrapéis un pensamiento, que no olvidéis rellenar con vuestros datos personales la matriz del talonario ni haceros una autofoto y que al salir depositéis en la urna el papel donde habéis escrito o dibujado.
La urna se llenará de ideas. Será un archivo cerrado. Quizá algún día sea necesario romper el barro para que salgan las ideas, quizá ya no estaremos aquí ninguno de nosotros, quizá seamos tierra.