ciar.
CIAR
Cío, remo contra el tiempo,
desando el camino, retrocedo hasta hace más o menos 2300 años, estoy en un
punto clave de la ruta que comunica la costa con el centro de Iberia. Desde el
camino veo una robusta torre que parece emerger de la laguna donde nace el río
que ahora llamamos Jandulilla, en su cima, un guerrero va a atacar a un gran
lobo que retiene a un joven, dos grifos enmarcan la escena. La torre es parte
de un complejo de edificaciones dedicadas al culto y al comercio de cerámicas
áticas de importación, un negocio controlado por la aristocracia ibera que
funcionó unos 50 años, hasta que se hundió bruscamente a mediados del S. VI a d
C.
Desde hace milenios, poder,
religión y comercio son una tríada que maneja el desenvolvimiento de la
sociedad utilizando hábilmente la publicidad: las esculturas en lo alto de la
torre anunciaban que el territorio era seguro gracias a un destacado ibero, más
o menos como una valla con propaganda electoral en nuestros días.
Los iberos fueron dominados por
Cartago y luego Roma lo dominó todo. Bajo el imperio romano comenzó una nueva
era, la nuestra. Apiano cuenta que los cartagineses tuvieron que ceder Cerdeña
a Roma en compensación por los daños que las guerras Libias hicieron al
comercio romano. Desde siempre Comercio y Gobierno están íntimamente
relacionados a pesar de tener intereses muy distintos, el bien público y el
bien privado, pues el comercio necesita seguridad y el poder establece normas y
las hace cumplir.
A comienzos del S.XXI se habla de
un inminente cambio de paradigma, es decir, de un cambio de mentalidad y de
organización social, de la caída del actual imperio... del inicio de una nueva
era, En nuestras latitudes, continuamos llamando al sistema político democracia
cuando en realidad es una sinarquía
(2. f.
Influencia, generalmente decisiva, de un grupo de empresas comerciales o de
personas poderosas en los asuntos políticos y económicos de un país). Los
tratados internacionales de libre comercio son la prueba de que el pueblo no
detenta el poder, puesto que se negocian en secreto y benefician únicamente a
las transnacionales, que son las que tienen el dinero, la técnica y los medios
de comunicación (incluida internet): los pilares de nuestro tiempo.
Si aceptamos ser
una sinarquía, pronto cambiarán muchas cosas en nuestra vida, la más
fundamental de todas ellas será la forma de alimentarnos. Mientras en la
televisión proliferan programas sobre cocina, en los carritos de la compra hay
más comida precocinada y cada vez se come peor. En consecuencia, la obesidad
del norte se iguala al hambre del sur y lo políticamente correcto es hablar de
malnutrición.
Unas 250 compañías
de cinco países controlan la alimentación mundial, estos sinarcas nos dicen que
para alimentar a 9000 millones de personas en 2050 hay que aumentar la actual
producción un 60-90%, es decir su producción: alimentos frescos obtenidos con
las técnicas que maneja el agronegocio, a base de petróleo y agrotóxicos, y
alimentos procesados hechos a partir de vegetales transgénicos o
biofortificados, animales clónicos y hormonados, aditivos químicos y
nanocompuestos, que saldrán de impresoras 3D en atractivos formatos.
La FAO reconoce que
sería más eficaz evitar el derroche de alimentos (se tira un tercio de lo que
se produce), promover el trabajo de los pequeños agricultores y el consumo
local de su producción y racionalizar el comercio internacional. En este
aspecto, urge revisar el impacto sobre los países pobres de las subvenciones de
los países ricos a la producción y transformación de alimentos, del empleo de
alimentos para la fabricación de biodiesel y de la cotización de los alimentos
en bolsa.
En España, el
comercio de alimentos recién salidos de la tierra está extorsionando a los
pequeños agricultores que deben entregar sus cereales a los almacenes sin saber
el precio que tendrán cuando los cobren, que envían un camión de patatas a otro
país y reciben una llamada diciendo que vayan a verlas que se han podrido,
agricultores que han de vender tomates, naranjas o leche por debajo del precio
de coste, que firman un contrato por tres años con una empresa transformadora
que después “interpreta” las cláusulas, etc. etc. También ocurren cosas
incomprensibles, como alimentos que viajan y regresan al punto de partida con
otra nacionalidad, o llegan de otro país y salen con nacionalidad española.
La Unión europea, al tiempo que
promueve una Política Agraria Común más verde y sostenible, está
negociando con Estados Unidos el Tratado
Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), que por
una parte abre el mercado a productos obtenidos o elaborados según las normas
de los EEUU en competencia con los producidos bajo normas europeas mucho más
estrictas, y por otro traslada la forma americana de regular el trabajo
desplazando lo hasta ahora conseguido por los trabajadores en Europa.
Simultáneamente también están negociando el Tratado sobre comercio de servicios
(TiSA) que privatizará servicios sociales hasta ahora públicos: educación,
salud, aguas, saneamiento, ejército, cárceles, comunicación (privacidad),
transporte, servicios bancarios... En realidad las negociaciones las llevan
sinarcas de uno y otro lado del Atlántico y si acaso en el futuro hubiera
conflictos estado-empresa se dirimirían en tribunales especiales formados por
jueces sinarcas.
Las siglas de los tratados que de
firmarse legitimarían la sinarquía, hechas con trozos de tégulas y cerámica
romana recogidos en Culturhaza, al lado de los fragmentos de esculturas iberas,
es una alusión a los imperios que caen.
Si no ciamos
(acepción 2) y exigimos que en nuestro nombre no se firmen ni el TTIP ni el TiSA, no tendremos que callar y
podremos COMER.
ArtJaén, 25
de septiembre de 2015
Culturhaza